Recordemos a Darwin. Sí, ese hombre que nos demostró a todos
que el Ser Humano, lejos de ser una raza superior con un Dios que vela por su
bienestar, no es más que el producto de un proceso evolutivo repleto de
mutaciones aleatorias y de guerras entre genes. Una vez hayamos admitido nuestra
condición animal podremos empezar a entender como funcionamos en nuestro día a
día.
Lo primero que debemos saber es que una de las principales
diferencias entre nosotros y el resto de animales es el neocórtex. Esta
estructura cerebral controla las funciones superiores. Sin embargo, para tratar
el tema de los hábitos es suficiente con entender que nuestra cognición está
mucho más desarrollada que la del resto de animales.
De este modo, ante un estimulo X, los animales tendrán un
conjunto limitado de respuestas. El clásico ejemplo es aquel del animal que ve
su territorio amenazado por otro animal de su misma raza y sexo. El estímulo en
este caso sería la amenaza que supone el otro animal y las posibles respuestas
serían ataque o huida. El animal hará un rápido e instintivo examen de las
características de su oponente y optará por la respuesta con menos costes para
él. Como podemos observar, el registro
de respuestas es bastante limitado. Por suerte, el ser humano va un paso más
allá.
Animales
Humanos
Parafraseando a Werner , “ los seres humanos no son simplemente organismos que responden al medio”. Y
es que nosotros tenemos la capacidad de decidir entre una infinita gama de
respuestas solo limitada por nuestra imaginación. Nosotros podemos procesar el
estímulo X y crear una serie interminable de posibles respuestas cuyas
consecuencias podemos evaluar antes incluso de ejecutar la acción. Esta es la
principal diferencia que nos interesa resaltar entre el ser humano y el resto
de animales para empezar a comprender el funcionamiento de los hábitos.
De esta manera, vemos que los animales funcionan con una
especie de piloto automático que busca rápidamente la respuesta más viable
dentro de un número de respuestas muy reducido. ¿Es acaso el humano el único
animal que carece éste recurso? Definitivamente, no. Nosotros contamos tanto
con el piloto automático que hemos heredado como con el sistema analítico que
nos diferencia del resto de animales.
Es fácil de entender con
una actividad tan cotidiana como la escritura. En muchas ocasiones redactamos
escritos o notas preocupándonos tan solo por plasmar una serie de ideas en un
papel, sin percatarnos de la calidad de nuestra grafía, de los errores
ortográficos o de los fallos en la puntuación. Al fin y al cabo, ¿para qué voy
a poner tildes en la lista de la compra? Sin embargo, cuando somos conscientes
de la importancia de cuidar estos aspectos, somos capaces de realizar la misma
conducta teniendo en cuenta el conjunto de reglas que se derivan de una
correcta escritura. En el primer caso habríamos activado completamente nuestro
piloto automático mientras que, en el segundo, estaríamos analizando
conscientemente multitud de variables.
Otro ejemplo que a
muchos les será familiar es el de la conducción. La primera vez que cogemos un
coche nuestra mente se colapsa ante la multitud de variables que hay que tener
en cuenta a la hora de conducir. A base de práctica, vamos automatizando cada
una de las maniobras que debemos ejecutar dentro de un coche para aparcar,
acelerar, frenar… Hasta que llega un
punto en que ni siquiera necesitamos pensar en lo que hacemos, cada movimiento surge
de manera espontánea.
Los hábitos son parte de nuestro piloto automático. Cuando
nos vemos ante una situación concreta (una hora del día, una actividad
cotidiana, una emoción que nos sobreviene…) solemos tener una respuesta
concreta para la misma. Por ejemplo, antes de acostarnos, sin casi procesarlo,
nos dirigimos al cuarto de baño a lavarnos los dientes. Es algo que hacemos
todos los días de manera automática, sin planteárnoslo, y por ello podemos
decir que es un hábito.
Lo que nos diferencia
de los animales, sin embargo, es la capacidad que posee el ser humano para
replantearse su piloto automático y cambiarlo en función de sus intereses. Ésta
no es tarea fácil. Normalmente este proceso implica romper con un hábito muy
instaurado en nuestra rutina para después sustituirlo por otro que nos
interese. Nuestro deber, pues, es salir
del piloto automático y hacernos las siguientes preguntas: ¿He elegido yo el
conjunto de hábitos que componen mi día a día? ¿Considero que mis hábitos están
en consonancia con lo qué soy y lo qué quiero ser? ¿Qué hábitos quiero cambiar
para sentirme a gusto con mi rutina?
De nuevo, este blog te proporcionará las herramientas para
hacer frente a este proceso.
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