domingo, 7 de julio de 2013

El sentido de la vida




Tendemos a pensar que la vida humana es algo valioso, único y sagrado. Queremos creer que la vida tiene algún sentido, que no estamos aquí por mero azar, que somos especiales. Pero no hay nada más alejado de la tangible realidad. Es absurdo pensar que eres distinto de cualquier otro animal.

Nuestra vida, como la de todo ser vivo, es algo fortuito, azaroso y que por nada del mundo puede tener un propósito más allá de la transmisión de genes. Somos máquinas diseñadas para transmitir descendencia. Así es como funciona la vida, los genes. Toda forma de vida busca sobrevivir para reproducirse. Es fácil de entender teniendo en cuenta que hace miles de años, solo los genes que tenían como prioridad la reproducción se proyectaron a generaciones futuras y aquellos menos eficaces en este aspecto acabaron por extinguirse.

El ser humano es una de las máquinas más complejas que la evolución ha concebido, así que es evidente que llevamos más que impreso este objetivo en nuestros genes. Sin embargo, irónicamente, somos el único animal que puede decidir no reproducirse y orientar su vida a otras metas.

¿En qué lugar nos deja esto? ¿Es acaso la vida del ser humano la única que carece de un sentido simple y concreto?

Es precisamente esta carencia de sentido la que más estimulante hace la vida. Si estuviéramos atados a tener que transmitir descendencia, a tener que ganar dinero, a tener que comprar bienes materiales, a tener que triunfar y a multitud de otras obligaciones que muchas personas se autoimponen en sus vidas, jamás podríamos ser libres.

Cómo dijo Machado: “Caminante, no hay camino. Se hace camino al andar. Y es que la ausencia de sentido de nuestras vidas es la que nos posibilita ser creativos, inventar nuestro futuro, crear nuestra propia personalidad y, en definitiva, la que nos permite ser los verdaderos protagonistas de nuestro proceso vital.

Es tu obligación detectar en ti mismo todas aquellas autoimposiciones que se han convertido en propias pero que en realidad no te pertenecen.  Piensa quién quieres ser y empieza a esforzarte de todos los modos posibles por conseguir serlo. Al fin y al cabo, no se puede hablar de esfuerzo cuando lo que se persigue es anhelado con ahínco.

Debes pensar en ti como en el actor principal de tu mayor obra, tú vida, qué quizás no tenga un sentido preestablecido, coherente o ambicioso, pero  todo eso da igual si el proceso es gratificante.

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