De pronto, nuestro cerebro deja de funcionar tal como lo hacía, para pasar a tener pensamientos recurrentes muy similares a aquellos presentes en una adicción psicológica. De hecho, el amor se asemeja peligrosamente a este tipo de dependencias en la medida en que presenta una alta activación de las mismas áreas cerebrales (ATV, núcleo accumbens, vías dopaminérgicas…) que la ludopatía, las drogodependencias y otra serie de adicciones.
Podemos decir, pues, que nos hacemos adictos a una persona concreta. Es difícil determinar hasta qué punto esta dependencia puede mantenerse a lo largo del tiempo, pero muchos etólogos hablan de un periodo de enamoramiento de cómo mucho 3 o 4 años, siendo más largo éste en las mujeres y más profundo en los hombres. Siempre hablamos de términos generales, por supuesto.
Pero, cómo nació este estado emocional en el humano?
Cómo bien sabemos, el ser humano viene del mono y las primeras sociedades de homo sapiens se albergaban en cuevas. Su día a día, se especula, era monótono; mientras los varones salían a cazar, las mujeres protegían la cueva y a los niños dentro de ella.
Este puede ser el comienzo del enamoramiento tal como lo conocemos hoy día. Hay que entender que el ser humano es uno de los pocos animales que nace totalmente incapacitado para sobrevivir, siendo precisamente esta ausencia de desarrollo en el nacimiento la que nos permite tener el cerebro más complejo concebido por la naturaleza, al terminar éste de desarrollarse en contacto con el entorno en que más tarde vivirá. De este modo, los padres que viven en la cueva deberán estar durante al menos cuatro años tras el embarazo totalmente pendientes de esa indefensa criatura. Esta tarea sumada a la necesidad de conseguir alimento sería demasiado para una sola persona, fuera hombre o mujer, y dificultaría enormemente la supervivencia tanto del niño como del adulto.
Por lo tanto, la teoría explicativa más ampliamente aceptada hoy día sobre el enamoramiento es la que asume que éste surge de la necesidad de las parejas por mantenerse unidas para el correcto desarrollo del niño y, por tanto, la efectiva transmisión de sus genes. De este modo, las parejas que tras el nacimiento del bebé se mantuvieran unidas conseguirían que su ADN se proyectará a generaciones futuras, multiplicando las posibilidades de supervivencia del recién nacido que, en sus genes, conservará la tendencia de sus padres a crear lazos de apego con la pareja con que se reproduce. De igual manera, las personas que no experimentaran el enamoramiento tendrían muchísimas dificultades para trasmitir esta tendencia de desapego a generaciones futuras, quedando obsoleta con el paso del tiempo.
Continuará…
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